Hoy comprobé que los fantasmas existen, viven en mi casa y en mi cabeza, pero ellos no se esconden se pueden ver con solo abrir un poco los ojos.
No quedan restos de nada. Está quemando todo, tirando paredes, rompiendo muebles. “Restaurando” me dice.
Maleza en todo el patio, una enredadera que tapa el sol, todo está oxidado y nada funciona.
Alguna vez vivió ahí una familia, se podría decir que casi típica: una pareja, 2 niños chiquitos, una adolescente de otro padre, y de 2 a 5 gatos depende de qué año hablamos.
Se fue destruyendo todo de a poco. El matrimonio fracasó, la adolescente creció y se fue de la casa, se escaparon o murieron algunos gatos, y los niños chiquitos… se fueron con el padre para no volver.
La casa sigue en el mismo lugar, y la madre sigue viviendo adentro rodeada de los fantasmas de la familia que alguna vez tuvo. No quedan rastros físicos casi de la existencia de esa familia, algunas fotos, algún dibujo o tarea escolar. Ni la madre queda. Ahora vive una bruja solitaria, ermitaña. No hay maldad, solo la soledad que oscurece.
Parece una casa tomada desde la entrada, la reja chillona que no cierra, cajas y hojas en la puerta. Adentro la pintura en el piso, las cómodas descajonadas, las ramas por todos lados, papeles sin sentido pegados en las paredes, vasos de vino, colillas, ceniceros improvisados con tazas, cuencos o hasta envoltorios de galletitas. “Van a volver, esta es su casa” me dice segura y orgullosa de lo que la rodea. Sus ojos brillan en la emoción de verme, está como una niña, me muestra todo, me cuenta todo, se nota el esfuerzo de su sonrisa por expandirse más de lo que le da la cara. La abrazo y es puro hueso. Está muy frágil y en cualquier momento se rompe. Al igual que mis gatos, se alimenta a punta de esperanza e ilusión.
Me angustia su soledad y se apodera de mí. Soy su carne y la siento adentro mío, hundida, rascando las paredes del pozo oscuro que cavó. La única manera de sacarla es si me arranco los huesos para armar una escalera y dejar que cuando trepe se alimente de mí para recargar sus fuerzas.
Me siento desnutrida y abombada, veo los fantasmas sentados al lado mío en el sillón, riendo y cantando las canciones que suenan en la tele, los escucho corriendo por el patio enmarañado.
En las habitaciones no hay nada que recuerde que hayamos estado ahí, las paredes siguen en su lugar pero de resto no hay nada, pero en mi memoria está todo, como si hubiese sido un sueño.
Recorrí la casa buscando algo que me enlace a ella, que me despierte del sueño, que me identifique. Me faltaba una habitación, quise abrir la puerta pero estaba trabada, no podía abrirla. Es con una patada, me dijo. Me causó rechazo la normalización del chiquero pero el fantasma de mi infancia se asomó y dibujó una sonrisa traviesa en mi rostro. La sonrisa desapareció cuando logré abrir la puerta y vi el estado de la estantería y sus libros en ese cuarto oscuro y húmedo. Ahí estaban los recuerdos, las lecturas que compartimos, sus risas y obsesiones, los libros de escuela, los que le dieron nombre a mis hermanos. No estaba lista para entrar ahí, tenía que irme.
Me agarró claustrofobia, me sentí encerrada, apretada, sentía mi cuerpo en pausa y la sangre caliente en mi cabeza. Quería irme y tenía la puerta enfrente pero algo no me dejaba escaparme, algo me estaba succionando adentro. Una corriente me envolvía y tironeaba hasta el centro de la casa. Con la vista nublada puedo ver físicamente el terror que me envuelve, es como una bruma azul y lila con destellos blancos. El auto está en la puerta esperándome, no tengo que caminar más de tres metros pero el umbral de la puerta me agobia. Me siento ciega pérdida e incapaz de pensar, pero lo estoy por lograr, un sonido explota en mi cabeza, es mi papá. Llama para avisarme que el auto está afuera, siento presión, la garganta se me cierra. Estoy inmóvil y me quiero ir, yo sé que el auto está afuera. Me desespero, me enojo y grito. Subo al auto con un nudo en la garganta que va bajando mientras nos alejamos.
Desde el auto en marcha, abro la ventana y me concentro en el camino para sacar el nudo de mi garganta. Respiro el aire puro de las calles, del verde de los árboles.
Silencio humano, solo hojas y viento. Algún auto lejano, el ladrido de un perro.
Las flores amarillas en el piso, se las ve cayendo como formando un portal, la entrada a otro mundo, con casas hermosas y pacíficas, gatos, perros, niños jugando en la calle. La gente está tranquila, solo están las que viven ahí; nadie apurado, gritando al celular, tocando bocina. Hay paz y se siente en el aire. Cierro mis ojos.